jueves, 12 de abril de 2012

El Psicoanálisis en el Barrio de Flores

La historia del psicoanálisis en el barrio de Flores es bastante curiosa. 
Quiene conocen a los Hombres Sensibles ya sospecharán que las teorías de 
Freud no fueron formuladas pensando en ellos. Y aunque estos varones 
siempre fueron aventureros y buscadores de sueños, cuesta bastante 
imaginarlos en el sillón de un psicoanalista. 
Sin embargo, muchos profesionales alcanzaron cierto éxito en el barrio del 
Angel Gris. 
Algunos fueron consultados por los Hombres Sensibles y hasta existieron 
escuelas y corrientes opuestas que dieron lugar a apasionantes polémicas. 
El primer analista que se estableció en Flores fue -según dicen- el doctor 
Mauricio D. Finkel. 
Los comienzos no fueron fáciles y su consultorio de la Avenida Rivadavia 
permaneció desierto durante varios meses. Los vecinos creían entender que 
Finkel adivinaba la suerte o tiraba las cartas o tal vez vendía rifas. 
Con esa idea se presentó un día de invierno el primero de sus pacientes. 
Se trataba del poeta Jorge Allen, quien buscaba consuelo frente a un 
desengaño amoroso y pensaba que no estaba del todo mal intentar alguna 
solución mágica. 
Finkel lo hizo recostar en su sillón y lo invitó a hablar. Allen le contó 
minuciosamente como había sido abandonado por cierta señorita de Las 
Paternal, la forma en que sufría y otros detalles menores. Transcurridos 
un buen rato Finkel se levantó y dio por concluída la entrevista. 
-Bien -dijo Allen- que hago? 
-Venga el jueves a la misma hora 
-Para que? 
-Vea, se trata de que usted vaya comprendiendo su propio problema. La 
solución la encontrará precisamente en esa misma comprensión. 
Allen regresó varias veces. Comprendió perfectamente su caso, lo cual no 
le sirvió de nada: la chica de La Paternal se casó con un consignatario 
de Alberti. Enterado de esta tragedia, el enamorado anunció a Finkel su 
decisión de interrumpir el tratamiento. 
-Usted no entiende -sentenció el analista-; el punto es ubicarlo a usted 
ante la realidad para que la acepte y supere el dolor. 
-No deseo superar el dolor. Ya he perdido a la mujer que quería; pretende 
dejarme también sin el sufrimiento? Dígame cuanto le debo. 
A pesar de este primer fracaso, Finkel hizo carrera. Cuando los Hombres 
Sensibles se enteraron de la teoría del subconciente, creyeron encontrarse 
ante una hermosa leyenda. 
En la plaza, los Narradores de Historias sorprendían a su auditorio 
manifestando que todos llevamos dentro a otro señor, que es en verdad el 
que domina a nuestra persona. 
Agregaban que este señor oculto aparecía en los peores momentos, poniendo 
en nuestras vidas notas de lujuria, bestialidad y grosería. 
La leyenda del subconciente se fue transformando vigorosamente y algunas 
de sus versiones son asombrosas. Durante mucho tiempo se creyó en Flores 
que todo acto indecoroso era responsabilidad del subconciente, quedando a 
salvo la inocencia de quien lo pepetrara. Así, los guarangos de la zona 
justificaban sus gritos, zafadurías y provocaciones culpando al extraño 
que llevaban dentro. 
Las personas rectas y decentes se jactaban de no tener subconciente y 
muchos padres amenazaban a sus hijos con disponer la extirpación del 
intruso responsable de sus travesuras. 
Manuel Mandeb afirmó una madrugada que el tenía varios subconcientes, 
la mayoría de los cuales estaba en contra suya. 
Casi en los confines de Villa del Parque, algunos grupos de fantásticos 
creyeron que el subconciente salía de su envoltura carnal en las noches 
de luna llena para cometer toda clase de perversidades. 
Sea por el auge de esta leyenda, sea por la ímproba labor de grupos de 
lechuguinos procedentes del centro, el caso es que el doctor Finkel y 
algunos otros psicoanalistas llegaron a disponer de una regular clientela. 
Los Refutadores de Leyendas no se opusieron a esta actividad, pues habían 
oído decir que se trataba de algo científico. También es cierto que no 
concurrían a los consultorios, lo cual es una lástima: no debe haber 
nada mas apasionante que los sueños de un racionalista. 
Con la aparición de nuevos profesionales, empezaron también los diferentes 
enfoques, las herejías y las discusiones. 
Finkel era ortodoxo: no dialogaba con sus pacientes, se ponía lejos de su 
vista y no permitía que lo miraran. Sus enemigos afirmaban que el hombre 
aprovechaba para dormir. 
Otros aseguraban que se iba a la cocina y regresaba sobre el final de la 
sesión. Y no faltaban los que creían que atendía a dos o mas personas al 
mismo tiempo, dando vueltas de inspección entre pieza y pieza. 
Otros psicoanalistas prefirieron enfrentar a sus clientes y discutir con 
ellos. Una rama de la calle Bilbao llevó esta actitud al extremo. Así 
nació la Escuela Psicoanalítica de la Mala Sangre. 
Los médicos que siguieron esta novedosa técnica se propusieron reaccionar 
ante el relato del paciente de un modo evidente y hasta exagerado, para 
que el enfermo comprendiera que se lo compadecía. 
Por ejemplo: si un señor contaba que su esposa lo tenía harto, el analista 
lloraba amargamente hasta caer en la desesperación. 
Claro que esa terapia tuvo, algunas veces, consecuencias desagradables. 
Así, cuando alguien contaba que castigaba a sus hijos, no faltaba el 
psicólogo taura que se plantaba frente al escritorio y gritaba: "Por 
que no me pegás a mí, sinvergenza". 
Las actividades de la Escuela Psicoanalística de la Mala Sangre cesaron, 
mas que nada, a causa de las quejas de los vecinos. 
Un negocio bastante interesante fue el de los psicoanalistas a domicilio. 
La idea surgió a partir de la fuerte necesidad que muchos pacientes tenían 
de sus analistas a toda hora. Ciertos neuróticos pudientes pensaron que 
una buena solución era encontrar a un psicoterapeuta de modo permanente. 
Entonces se hizo bastante frecuente la costumbre de tener un analista en 
la casa, lo que -de paso- eliminaba la molestia de someterse a una sesión, 
pues no tenía sentido contarle al profesional lo que podía ver con sus 
propios ojos. 
Lo cierto es que, en el caso de los psicoanalistas ortodoxos, su función 
en el domicilio del enfermo no era mucho mas activa que la de un florero. 
Se limitaban a recorrer las habitaciones murmurando "jem" y asintiendo con 
la cabeza. Muchos de ellos todavía siguen en las casas de familias 
adineradas, algunos como jardineros, otros como primos o entenados. 
El auge de la actividad psicoanalítica en el barrio de Flores popularizó 
sus técnicas mas sencillas. Cualquier modista sabía lo que era el complejo 
de Edipo o una neurosis obsesiva. Los Hombres Sensibles se sintieron 
fascinados por el juego de la interpretación. Para ellos no se trataba de 
un ejercicio científico, sino mas bien artístico. Y no les faltaba razón. 
Alguien deja un paraguas olvidado en el bar La Pilarica. Interpretación: 
existe el deseo de volver a ese establecimiento. 
Alguien cuenta chistes todo el tiempo. Interpretación: hay una pena oculta. 
Alguien siente horror por los cuchillos. Interpretación: hubo un accidente 
en la niñez Desde luego, los poetas del barrio acuñaron interpretaciones 
nuevas, muchas de ellas de alto valor literario. Veamos: 
Alguien se mete el dedo en la nariz. Interpretación: está buscando su 
alma. 
Una mujer es demasiado hermosa. Interpretación: se trata del demonio. 
Un hombre come terrones de azucar. Interpretación: es tucumano. 
Un hombre afila su cuchillo en el cordón de la vereda. Interpretación: 
venganza segura. 
El mismo mecanismo se observó en la interpretación de los sueños. Según 
los Hombres Sensibles, soñar con una mujer es amarla, soñar con zapatos 
es morirse, soñar con caerse es el cincuenta y seis. 
Otra de las consecuencias de esta vocación psicológica fue el 
convencimiento general de que todo tiene orígenes mentales. Así, cuando 
un muchacho se ensartaba un clavo en el pie, algunos médicos aplicaban 
la vacuna antitetánica y otros preguntaban sobre la relación del ensartado 
con sus padres. 
De cualquier modo, el entusiasmo fue decayendo. Tal vez el principal 
responsable fue Manuel Mandeb. El pensador árabe empezó a desconfiar 
de quienes trataban de abarcar el alma con menesterosas definiciones. 
No le gustaba tampoco la ausencia del pecado en aquellas construcciones 
donde no había canallas, sino enfermos y donde los sinvergenzas eran 
llamados psicóticos. 
De estas inquietudes surge una obtusa monografía titulada _locosÿeramos 
ÿlosÿdeÿantes_. 
En realidad el trabajo consiste en la exposición de ciento nueve casos de 
personas que concurrieron al psiconalista, sin curarse de nada y -lo que 
es peor- adquiriendo una completa satisfacción de si mismas. 
La verdad es que el trabajo de Mandeb carece de todo rigor científico, 
pero consigue dejar la extraña sensación de que al psicoanálisis tampoco 
le sobra ese rigor. 
Esto es quizá falso. Pero uno no termina de convencerse, tal es el efecto 
de que los pensadores pasionales, como Mandeb, producen en las personas 
razonables. 
Hoy en día, supongo yo, los grandes investigadores del alma transitarán 
otros caminos menos pintorescos. Ya no parece tener mucho sentido contarle 
nuestras fantasías a un señor durante veinticinco años, para ver si 
conseguimos dormir tranquilos. 
Mis amigos ilustrados me cuentan que hay nuevas técnicas y que la ciencia 
adelanta de un modo bestial. 
Como quiere que sea, el sencillo propósito de esta nota ha sido llamar la 
atención sobre aspectos estéticos del psicoanálisis. No importa que no 
sirva para nada: sus rituales, sus aristas absurdas, sus tiros en la 
noche, sus metáforas, su solemnidad son elementos que un verdadero artista 
no debería desechar jamás. 
Tal vez llego tarde y ya todos han comprendido esto. Quizá los terapeutas 
y sus pacientes no hacen mas que jugar, semana tras semana, un juego 
apasionante en que las fichas son sueños, ilusiones, fantasías, recuerdos, 
angustias, amores, desencuentros y frustraciones. 
Esto es casi tan bueno como curar manías persecutorias. 


                                                                 Alejandro Dolina. 

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